Introducción

Para construir la paz en un país como Colombia, es necesario lograr que sus diferencias tengan espacios para convivir, que todos los acentos de su diversidad cultural tengan presencia pública: que hablar y escucha sean un ejercicio cotidiano Esto es que la comunicación se ponga al servicio de la reconciliación y no de la brecha que nos separa en creencias, maneras de pensar, mitos, preconceptos e ideologías.

Parece una tarea muy difícil, para una sociedad que ha sido construida sobre odios y que ha pasado dos siglos de guerra (La más reciente de 53 años). Sin embargo, esta experiencia existe. Durante dos décadas cientos de radios comunitarias han logrado que los acentos locales estén en la vida pública y que los distintos puntos de vista que conviven dentro de cada comunidad, tengan el mismo espacio, reconocimiento y capacidad de expresarse.

No han sido todas las radios, pero las que lo han hecho demuestran, que es posible. Más allá de eso, que es necesario, incluso rentable no solo social sino económicamente.

Dos décadas de radio comunitaria en Colombia, son el ejemplo de un proceso social desarrollado en el seno de la democracia, con sus deficiencias, y dificultades, pero siempre en el marco del desarrollo de las políticas públicas.  Desde el primer decreto (1695 de 1994) ha sido un proceso marcado por la participación. La conformación de redes regionales, departamentales y de un movimiento nacional tiene su origen en el lejano 1989; año en el cual se llevó a cabo el Primer Encuentro Nacional de Radios Comunitarias  (Recintos de Quirama, La Ceja, Antioquia, 18 y 19 de agosto). Entre ese agosto, hasta hoy, han pasado miles de horas de reuniones, de concertación con siete administraciones y cinco presidentes.

Mientras en las regiones distantes y los pueblos apartados, la guerra se convertía en una forma de vivir, las radios trabajábamos para hacer posible la esperanza. Cuando no podíamos hablar de la realidad,  a causa de las amenazas de muerte, la música, la cultura, el arte y la palabra fueron los instrumentos para hacer un tejido social que mantuviera la vida de las comunidades presente en medio de la guerra.

Pero también fuimos víctimas. Por lo menos 12 comunicadores comunitarios fueron asesinados. El número de los desplazados no se puede cuantificar, pues cientos de líderes que tuvieron que emprender la partida, eran a su vez radialistas, pero al no ser su profesión principal se les da sólo el estatus de campesinos, afros, indígenas, jóvenes o mujeres desplazadas. Una lista corta, pero muy clara nos habla de por lo menos 30 colegas en el exilio, lejos de sus pueblos, o retornados recién cuando la guerra dio este primer respiro.

Antenas dinamitadas, transmisores vandalizados, estudios que quedaron bajo los escombros durante  las tomas guerrilleras. De eso está llena nuestra historia. Una historia sin contar, pero lo más grave es que tampoco podíamos contar la historia de lo que vivían las comunidades.

Han sido dos décadas de trabajo permanente. Desde 1997 conformamos el Sistema de Comunicación para la paz. Lo llamamos SIPAZ. La idea muy simple, era que nos unía la necesidad de trabajar por ese propósito, que si bien estaba en la constitución, parecía a muchos imposible. Pero reunidos en torno a ella podíamos asegurar que no seriamos un espacio para la exclusión o para la violencia como método que consideramos, desde entonces, inaceptable.

El proceso nació como grupo colaborativo. Preferimos ganar confianza a partir del trabajo para superar el temor basado en la experiencia de muchos años en que las organizaciones sociales eran utilizadas por los grupos de poder, político o militar,  para sus intereses ideológicos. Desde el 2004 conformamos la corporación SIPAZ y ante la necesidad de fortalecer la presencia como gremio, en el 2017 se acordó la creación de la Federación Nacional de Medios Comunitarios FEDEMEDIOS.

Nuestro trabajo ha sido útil a cientos de movilizaciones sociales. Todas ellas en el marco del estado de derecho y la participación ciudadana. Ante las inundaciones, los incendios forestales, los deslizamientos de tierras. Como apoyo a las fiestas y la cultura local; en reconocimiento de los artistas, músicos y cultores; por la defensa de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario;  en busca de la paz, como anhelo en los territorios azotados por la guerra y derecho de la ciudadanía.

Una labor que si bien no tiene ánimo de lucro, tampoco debe hacerse afectado la economía de las entidades concesionarias. Cientos de organizaciones sociales han desaparecido ante las cargas que tuvieron que asumir para llevar comunicación a sus pueblos y veredas.

La comunicación ejercida desde los medios propios ha permitido que cientos de comunidades y organizaciones sociales, conviertan este derecho fundamental, en un derecho que integra otros. Campesinos, indígenas, afrocolombianos, ambientalistas, población con diversidad sexual, mujeres, jóvenes y todas las expresiones de la cultura y las artes, han tenido su propia voz gracias a los medios comunitarios.

Nuestra labor por la alfabetización audiovisual y la garantía del derecho a la comunicación nos ha permitido realizar cinco diplomados, más de 400 talleres, 9 asambleas nacionales y dos escuelas de formación continuada. Contamos con experiencia tanto en formación periodística, como técnica, legal y administrativa.

Todo este acervo es el que hoy de manera sistemática, gracias al apoyo de la GIZ, ponemos como base para un plan estratégico. Nuestros logros, dificultades y experiencias se suman para trabajar por la paz,  el propósito más importante en la historia republicana que en el 2019 cumple 200 años.

Scroll al inicio