Democracias bajo ataque: resistencia ante el modelo extractivista encuentro continental por la defensa de los territorios

Durante tres intensos días, representantes de movimientos sociales, comunidades indígenas, organizaciones campesinas y colectivos ambientalistas se reunieron para compartir experiencias y articular estrategias comunes frente a la arremetida extractivista que amenaza sus territorios y, con ellos, el futuro de nuestras democracias.

El encuentro «Democracias Bajo Ataque» no fue simplemente un espacio de denuncia. Se transformó en un laboratorio vivo donde se plantearon alternativas concretas al modelo de desarrollo destructivo que actualmente predomina en la región. El consenso fue claro: la defensa del territorio es inseparable de la defensa de la democracia.

El extractivismo como amenaza a la democracia

Los testimonios compartidos durante el evento dibujaron un mapa continental de resistencias. Comunidades de diferentes países y contextos confirmaron un diagnóstico común: el modelo extractivista no solo devasta ecosistemas sino que erosiona la democracia misma, beneficiando únicamente a las élites mientras deja a las poblaciones locales sufriendo las consecuencias ambientales y sociales.

«Los sistemas extractivos sólo están beneficiando a las élites,» fue una de las afirmaciones más contundentes que resonó en el espacio. Esta realidad se materializa en la expansión de monocultivos, proyectos mineros a gran escala y megaproyectos energéticos que avanzan sobre territorios indígenas y campesinos con la complicidad de gobiernos que privilegian el crecimiento económico por encima de los derechos humanos y ambientales.

Propuestas concretas para la acción

El encuentro cristalizó en una agenda de acción con propuestas específicas:

  1. Asegurar los territorios de los pueblos indígenas: «Nosotrxs habitamos el territorio, nosotrxs lo defendemos». Este principio guió las discusiones sobre la necesidad de visibilizar y fortalecer las prácticas comunitarias por la defensa del territorio y la lucha contra sistemas extractivistas. Se reconoció que los pueblos originarios han sido históricamente los mejores guardianes de la biodiversidad.
  2. Aniquilar monocultivos y agronegocios: Particular énfasis se puso en combatir la expansión de la soya, identificada como uno de los principales motores de deforestación y desplazamiento de comunidades en varios países de América Latina.
  3. Cambiar el modelo de producción agrícola: La transición hacia modelos no extractivistas y la apuesta por sistemas de economía indígenas emergió como una prioridad. «Pasar a un campo productivo diverso, el de la pequeña producción» fue una de las propuestas más aplaudidas. Se compartieron experiencias de prácticas que desde las familias se están implementando por la autonomía alimentaria, incluyendo la promoción de la agroecología para producir los propios alimentos e incluso generar sus propios insumos para la producción.
  4. Diálogo de saberes: Se planteó la necesidad de fortalecer espacios donde puedan dialogar conocimientos de diferentes pueblos en aspectos como la minería, implementando mecanismos de democracia deliberativa para la identificación de alternativas y estrategias conjuntas.
  5. Investigación sobre impactos: Se propuso profundizar en la investigación de los impactos del extractivismo en el medio ambiente, con especial atención al uso del agua y la energía, como base para pensar estrategias efectivas de respuesta.
  6. Nuevo rol de las universidades: Se hizo un llamado para que las instituciones académicas asuman un papel más protagónico en la búsqueda de alternativas y la promoción de conocimientos que ya existen en las comunidades. Se destacó también el potencial del marketing digital para potenciar la producción comunitaria.

El desafío de la coherencia

Quizás uno de los debates más profundos durante el encuentro giró en torno a la coherencia entre discurso y práctica. «El sistema nos hace responsables de contaminar con nuestro consumo pero no cuestiona a las grandes empresas y sistemas de consumo en los que ya estamos inmersos,» señaló uno de los participantes.

De esta reflexión surgió un doble compromiso: por un lado, revisar los propios hábitos de consumo y el trabajo desde los movimientos sociales; por otro, luchar por una legislación que exija a las compañías responsabilidad sobre los desechos que producen.

«El sistema capitalista nos plantea un reto porque estamos consumiendo lo que producen,» admitió otro participante. Este reconocimiento llevó a cuestionar la coherencia de las luchas contra las grandes empresas mientras se consumen productos como Coca-Cola o se compra en grandes cadenas comerciales.

Conclusiones y camino a seguir

El encuentro concluyó con la formación de redes de acción coordinada y el compromiso de llevar estas propuestas a espacios de decisión política. Los participantes coincidieron en que la defensa del territorio no es solo una lucha ambiental sino profundamente democrática: se trata de decidir colectivamente qué tipo de desarrollo queremos y quién debe beneficiarse de él.

La creación de observatorios comunitarios para documentar impactos ambientales, el impulso a mercados locales basados en la agroecología, y el desarrollo de campañas de concientización sobre los vínculos entre consumo y extractivismo fueron algunas de las iniciativas concretas que emergieron del evento.

Entre los asistentes quedó la certeza de que la verdadera democracia solo puede florecer cuando los pueblos recuperan el control sobre sus territorios, recursos y formas de vida. La resistencia al extractivismo se reveló así como una defensa integral de la democracia misma.

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